Apenas nacemos nos etiquetan, sos mujer, sos madre. Tenés una matriz y ovulas cada veintiocho días, tenés pechos para amamantar, huesos que se abren, la naturaleza misma te predestina. Tu abuela parió a tu madre y tu madre te parió a vos, todas parientes en la escala sucesoria de las mujeres, en una familia.
La maternidad me sorprendió en los albores de mi noviazgo justo en la plenitud del amor ficticio: el enamoramiento, cuando era una estudiante de filosofía y letras, bohemia, en una ciudad con una estructura social pesada, Bahia Blanca. En un momento de mi vida, lleno de pasión y osadía. No renuncié por mis convicciones humanistas propias de esa época, tan retrógada y me casé embarazada, creo que fue en lo único que incumplí.
Tuve miedo mientras crecía mi vientre, todo era incertidumbre en medio de mis responsabilidades cotidianas, estudio y trabajo, lejos de los consejos de mi madre, leyendo la revista «Vivir» que planteaba el ejercicio de una maternidad diferente, que priorizaba la lactancia y una convivencia natural del niño con sus padres. Seguí a rajatablas las recomendaciones de Rajkoswki y atendí las urgencias en el consultorio mediático de Sokolinski, con la sentencia de mi pediatra: » de vos depende que coma».
El comienzo fue desalentador con náuseas y sensaciones extrañas hasta pensaba que no era yo en mis conductas habituales, incluso el parto fue una batalla de dieciséis horas con goteo y una complicación, pero fuí madre. Lo soy. Ahí fue el principio de todo, el aprendizaje forzoso, el descubrimiento, amamantar fue un desafío al punto de desistir y nada se parecía a lo que había visto en fotografías de la revista ni a las publicidades de shampoo Johnson, me salió todo mal y más de una vez me ví rendida por el sueño, por el agotamiento de un llanto insatisfecho.
No existe el instinto maternal, no te nace ser madre, es tu naturaleza biológica que te pone en ese lugar cuando te falta el sangrado y se produjo la fecundación sin darte cuenta, porque no hay un timbre que te avise, que te diga, ahora no, tenés que apelar sí o sí a los métodos anticonceptivos que siempre son duros para la mujer, te traen complicaciones que atentan contra tu vida y la interrupción del embarazo si no es en el lugar adecuado, la muerte.
También te podés morir en el parto y tu hijo, antes o después nacer, lo que es peor de todo es que además, te acusen de ser mala madre, de que no defendés la vida porque te negas a serlo, cuando tu cuerpo está preparado para esa función reproductora tan digna de todos los elogios sin pensar que por elección lo querés como un propósito en tu vida o no querés nada, enfrentada con la sociedad cultural que te condena porque no hiciste lo que debías.
Soy madre de cinco mujeres, nada menos y lo he sido con pasión, no sé si desangrándome en el intento pero con la mejor de las intenciones y ha sido causa de algunas de mis renuncias a ser en lo que me apasionaba. No me arrepiento, lo viví y lo vivo en cada una de sus intensidades, con amor, porque cada cosa la hago por amor y ser madre.
