Me gusta la oratoria, me gusta conversar con detalles, me importa mucho el tono de voz, la dicción, cómo decir algunas cosas sin llegar a ser hiriente, soy poéticamente correcta, hablando puedo endulzar el oído si la ocasión lo amerita. Mi voz es lo más valioso para mí (además de mis manos) porque disfruto de comunicar, de expresar, de decir cosas bonitas, también grito y protesto furiosa, pero en menor grado.
Tuve temor a perder mi voz en un cirugía de tiroides, y durante el pos-operatorio se iba de a ratos en un silencio, que me llevaba a la desesperación, se vió afectada de todos modos, de manera visible para mí, en sensaciones desconocidas que me asustan pero sigue sobreviviendo, en un matiz diferente. Acompañar mi voz con la expresión de las manos es un plus pero no resistiría una escena de teatro, me quedaría disfónica, por eso, alguna vez, en mis incursiones histriónicas un director me dijo: que por el timbre de mi voz y su alcance en el espacio estaba destinada al cine y me hubiera gustado. La era de la comunicación me ha otorgado cierto beneficio, especialmente con los audios de WhatsApp, mi voz adquiere un grado de sensualidad que bien valdría una línea hot, mis hijas me lo han reprochado con sus comentarios y mis amigas han hecho alusión al tema en sus humoradas.
Debo reconocer también, elogios puntuales en los diálogos con algunos amigos, que me ocasiona cierto rubor, pensando que tal vez, mi inconsciente me traiciona y se vuelve propuesta inconducente. Pero si de algo estoy agradecida- entre otros talentos- es de tener una voz agradable que me posibilita vincularme de un modo mejor, ser más acompañante en una circunstancia donde la palabra es lo esencial. No, no imposto mi voz de un modo especial para que sea seductora, viene como viene y a veces, carraspeo mediante, que me resulta incómodo por las temperaturas que atravieso cuando digo: «hola ¿Cómo estás? ¿Sos feliz?»
