Cuando te veo querida, parada en ese lugar con estos años, sin un espejo, que te refleje en eso que sos, que nadie conoce, sin un ruedo descosido a la altura de las rodillas, con las medias de nylon corridas, el taco bajo de los zapatos Visciglia, si supieran, cómo te sentabas a esperar en esa silla, con tus labios rojos y mirabas de reojo, se te torcía una sonrisa hacia la izquierda, mientras te aplastabas la falda escocesa de la tía Mary, en ese, tu pudor más ingenuo, cómo después descorriste ese velo oscuro, para verte en otra vida, calzando el mismo número, parada en una calle sin una dirección, esperando nada, con las ganas de una cosa pequeña, para morderla de a ratos en tu satisfacción inmediata, como un fruto seco, disponible en una hambruna.
Yo sé de tu recorrido etéreo de palabras, cómo después un amor correspondido, se hace dolor en ese punto alienante, donde vos eras una cosa inmerecida y a pesar de todo eso, contra una pared de fusilamiento, forjaste un portón de hierro con dos hojas limpias y una soldadura, para vivirlo libremente, pariendo en una sábana de aprendizaje, ahora querida, otra vez en un agujero, pensando en esa película de Almodóvar «¿Que he hecho yo para merecer esto?»
Sin un bastón de madera para golpear el aire de rabia con un miedo que se rompe, en la certidumbre de haberlo perdido todo y no sabes cuánto es lo queda en el fondo, cada noche te apura un insomnio, te despierta a deshoras en tu lenguaje secreto, escribiendo cartas a todas partes, que se pierden en un viaje aéreo de palomas, no llega una respuesta en esta plancha impresa, todo es un abismo que te sujeta desde los pies, mirando hacia arriba, viéndote ahí pequeñita, con una vara en las manos, dirigiendo un universo impensado pero real.