He perdido el nido, el que alumbraba cada luna en un ciclo de veintiocho días, con sus noches. Ya no tejeré con las agujas invisibles ese tramado maravilloso, de sangre y placenta, ni vendrá la lluvia de púrpura a correr entre las piernas, me lo arrancaron. Fue necesario. Las peores palabras me vieron incompleta, le quitaron el pulso de la femineidad, me golpearon con comentarios, me anularon como mujer pariente, condenaron mi erotismo, frenaron el deseo. Sin embargo el cuerpo tiene memoria, un registro dormido de sensaciones, un impulso mental que te lleva adonde querés ir, con un envoltorio precioso, erógeno, tibio. El espacio está lleno de nidos imborrables, no está vacío, con el recuerdo de la tierra negra, fértil, de semillas dispersas, de ríos rojos, de dolores de partos, de muerte silenciosa, de ovillos destejiéndose. Sólo añoro las hamacas, meciéndose.